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31
març
El 15/6/11 escribí este cuento como una nota en mi FB. Era una alusión a la polémica creada por la iniciativa “Rodea el Congreso” que el día 15 rodeo el Parlament de Catalunya increpando a los parlamentarios que acudían a una sesión en la que se aprobarían nuevos recortes. Creo que vuelve a estar de mucha actualidad a raíz de la actual “polémica” sobre los escraches de la PAH
Juan mira la carta con incredulidad. Hace unos años se sentía en lo mejor de su vida, ver crecer a sus hijos en su nueva casa y la expansión de su vida profesional le hacía sentir invencible, mejor, feliz vamos a decir. Pero, hoy, tras meses de nervios y de lucha contra la maldita crisis allí estaba leyendo aquella carta de despido como en la peor de sus pesadillas. Los dueños de la empresa, desde el otro extremo del mundo, habían decidido cerrar una línea de fabricación y él que sólo era un jefe de nivel medio iba en el paquete. Por un momento pensó que quizás debería haberse rendido antes, haber aceptado las primeras ofertas de la empresa para abandonarla y haber tenido un mejor marco legal. Ahora, tras las últimas reformas del gobierno. ¿Cuanto habría bajado su indemnización por despido?. Algunas decenas de miles de euros, calculo, pero también reflexionó que eso era el menor de sus problemas, la hipoteca, los hijos, su máldita edad con esa maldita carta entre las manos. Juan sintió un extraño dolor, sordo, apagado, amargo como el vómito y tuvo la certeza de que esa noche no iba a poder dormir.
Maria cuelga el teléfono con incredulidad, 1 año más de espera para la prueba. Hacía unos meses que se había jubilado y eso la tenía feliz, llena de proyectos, con su modesta pensión podría hacer realidad algunos sueños que su vida laboral no le había permitido. Sin embargo un maldito bultito en un pecho, en una simple prueba rutinaria había ennublecido todos sus planes. Justo unos meses antes de su jubilación allí estaba el maldito bultito. “No será nada” le decía su doctor “no te preocupes, sólo tenemos que asegurarnos para estar tranquilos. Además, si actuamos con rapidez estas cosas son fáciles”. Habían sido ya varias pruebas, ninguna definitiva y ahora que estaba a un mes de la biopsia que despejaría cualquier duda la voz anónima de una administrativa le informaba que debido a los recortes presupuestarios en sanidad su prueba tendría que retrasarse un año más. María se preguntó cuanto valía en euros su espera, los proyectos no realizados en este tiempo, pero no supo contestarse. Ni siquiera podía distinguir si el dolor que sentía era físico o emocional. Sólo resonaban en su mente las palabras de su médico: “si actuamos con rapidez”. Las mismas que no le dejaban dormir por las noches.
Sergio cierra la puerta del despacho con toda la educación del mundo cómo siempre hace con todo. Pero no consigue avanzar, apoya su espalda en la hoja de la puerta y suspira mirando al cielo. Se le acabó la beca y el año que viene han eliminado, “cosas de la crisis, ya sabes”, todas las ayudas a proyectos de investigación. Se le pasó por la cabeza la felicidad de tan sólo hace unos años cuando acabó la carrera con excelentes notas, el orgullo de sus padres. “Ya te lo dije todos estos años chaval, estudia duro y podrás ser algo en la vida”. Y ahora allí estaba, la beca no era gran cosa pero al menos mantenía el sueño vivo y pagaba el piso compartido. Sin beca sólo le quedaba volver a casa de sus padres, ¡a su edad! o emigrar, quizás eso fuese la única escapatoria. Sergio intentó calcular cuanto podría aguantar si aceptaba el trabajo de reponedor en el hipermercado, cuantos euros tendría que pedirles a sus padres al mes. La simple idea le provocó un dolor sordo, amargo. Cerró los ojos, dejó de pensar y le pidió al cielo poder dormir esa noche.
Elena estaba contenta, muy contenta. Sólo hacía unos meses había sido escogida diputada en su parlamento autonómico. No había sido cuestión de suerte, Elena había trabajado dura y coherentemente. Defendiendo sus ideas con entusiasmo y sintonizando con sus votantes. Elena creía en lo que hacía, en lo que pensaba, estaba apasionada con la acción política, con los retos que representaba y se daba perfecta cuenta de que hacer lo mejor por el país requería de un sacrificio al que ella se entregaba gustosa. Pero aquella mañana había sido extraña, una multitud bloqueaba el parlamento y Elena al intentar acercarse a su trabajo había sido insultada, zarandeada, incluso algún desaprensivo le lanzó un huevo que estropeó su traje-chaqueta. Posiblemente había pasado el peor momento de su vida. Después, ya con más calma, refugiada en su despacho pensó por un momento en cuantos euros costaría la tintorería del traje y, como un relámpago, sintió dolor. Un dolor extraño, incomprensible, sordo y amargo que le hizo abrir los ojos de par en par… por la mañana había sentido miedo, auténtico miedo, cómo de perderlo todo, cómo de cáscara frágil en un tsunami… y una extraña sensación de empatía con aquella señora de pelo blanco a la que en el forcejeo pudo notarle aquel bultito en el pecho.
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